jueves, 13 de septiembre de 2012

¿De quién es el contenido digital?

A raiz de una noticia falsa sobre una supuesta demanda de Bruce Willis a Apple, se ha dado bombo a un tema que está en las licencias (esos textos larguísimos que aceptamos sin leer) desde hace años pero que la mayoría de la gente desconocía. Cuando compramos un contenido digital (canción, libro, película, programa...) en realidad no lo compramos. Lo que adquirimos es el derecho a disfrutarlo. ¿Por cuanto tiempo? Pues depende de la licencia. Normalmente, mientras vivamos. Eso significa muchas cosas pero lo que más ha indignado a la gente (por lo que se han rasgado las vestiduras al menos) es porque no podemos legar dichos contenidos a nuestros herederos. Es curioso que a la gente le preocupe tanto lo que va a ocurrir con sus canciones cuando muera.., y no lo que puede ocurrir mientras vive. En realidad dichas licencias no permiten otras cosas como por ejemplo prestarle un libro a un amigo (algunos proveedores de contenido sí, pero sólo con determinados contenidos y en determinadas circunstancias) o compartir tu música con tu pareja. Incluso compartir tu música contigo mismo... si tienes más de una "personalidad digital" (por ejemplo, si tienes un teléfono personal y otro de empresa y éste último ha sido activado con los datos de la compañía). Existen soluciones para alguno de estos problemas, como por ejemplo que todos los miembros de una familia utilicen el mismo usuario en todos sus dispositivos, pero esto tiene otros inconvenientes como las dificultades para personalizar cada reproductor o respetar la privacidad de cada usuario.

En cualquier caso, esto no es algo nuevo. De hecho, cuando compramos un libro no estamos comprando EL LIBRO. Compramos el soporte del libro y con ello la capacidad de que cualquiera que posea el soporte (un bien físico y por tanto transmitible) disfrute de su contenido. Aquí el inconveniente está en que es complicado que dos personas disfruten del mismo contenido a la vez y que, si se pierde o estropea el soporte... lo perdemos todo.

Estamos de nuevo ante la eterna (y cansina) lucha entre apocalípticos e integrados. El problema no está en que la digitalización no me permita hacer cosas que sí podía en el mundo analógico (como legar una obra). El problema está por un lado en encontrarnos de lleno en un mundo digital sin que la mayoría de la gente haya tenido tiempo de asumir lo que eso significa y por otro (y más importante) en que ante el desconocimiento general, las decisiones las estén tomando personas o colectivos con unos intereses que no son los de la mayoría. Deberíamos reflexionar un poco sobre qué mundo queremos antes de echarle la culpa a la digitalización. Porque el camino hacia la digitalización es imparable. Lo que sí podemos decidir aún es cómo queremos que sea.

El ‘tener o no tener’ del bien cultural | Cultura | EL PAÍS

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